No hay oración más sencilla ni más poderosa. A ella no le sobra ni le falta una letra. No le sobra ni le falta un concepto.
La rezamos desde pequeños, a veces de manera automática. Otras veces, saboreamos y meditamos cada una de sus palabras y nos quedamos allí donde sentimos que más nos habla el Señor.
En nuestros momentos de mayor desolación se convierte en el bálsamo que enjuga nuestras lágrimas. Y en los momentos de paz y consolación nos brota el agradecimiento a la vez que la recitamos.
Es la oración de Jesús. Con la que nos enseñó que nos dirigiéramos al Padre. 
Es el mantra que acompaña nuestro andar por esta vida, y el escudo contra el mal y la injusticia. 
Es el ruego esperanzado de quien cree en la promesa de salvación, y la alegría por cobijo de Alguien que nos ama...
@Ale Vallina

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