Seguir a Jesús, pues, no es andar preocupados por la propia perfección, como si su amor y amistad fuesen fruto de nuestro esfuerzo y buen comportamiento, sino caminar tras sus huellas, intentando hacer de la propia vida una ofrenda, como Él hizo la suya, para ponerla al servicio de Dios y de los hermanos. Lo que importa, más allá de las limitaciones y debilidades, es jugarse la vida por los demás, esperando que Dios realice su obra de manera gratuita. Y para vivir la gratuidad de la salvación nada hay mejor que el reconocimiento de la propia menesterosidad e impotencia, a través de las múltiples fallas e incoherencias personales.
Eduardo López Azpitarte S J

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