Cuanto más rezas, más te adentras en la tiniebla de la inevidencia. No sabes rezar; más aún, en ciertos momentos ni siquiera sientes deseo de hacerlo y tienes la impresión -digo bien, la impresión- de que pierdes el tiempo, porque no sabes adónde va tu oración y a quién aprovecha. Y al mismo tiempo, y con idéntica fuerza, sientes el deseo de orar siempre, porque presientes que es la verdadera vida y que no puedes hace nada más útil por el mundo de los hombres. Cuanto más avanzas en la oración, más tienes la impresión d fracasar lamentablemente, y más oras y tienes confianza en la oración. He ahí la paradoja: eres un hombre de oración y no lo sabes, porque tu oración permanece oculta a tus mismos ojos... Esa es la miseria y la grandeza de tu oración.
P. Jean Lafrance

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